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“Nunca tantos españoles debieron tanto a tan pocos compatriotas”

El azar ha puesto en mis manos un libro que en su instante (mil novecientos noventa y cinco) me pasó inadvertido. Se trata del retrato –vivo, fácil, apasionante– que la inglesa Irene Claremont, esposa de José Castillejo, hizo de su marido. Lo tituló I married a stranger (Me casé con un extraño) un expresivo título que su hija Jacinta Castillejo, que lo tradujo al de España, reemplazó por Respaldada por el viento en la edición de mil novecientos noventa y cinco de la editorial Castalia. El libro descubre rasgos y capítulos de la vida de este hombre que pueden interesar a los seguidores de Vida Sencilla en este dos mil catorce, primer centenario de la Generación del catorce, a la que perteneció.

José Castillejo (retrato)

Pocos españoles saben deJosé Castillejo (mil ochocientos setenta y siete-mil novecientos cuarenta y cinco). Su nombre acostumbra a aparecer en la letra pequeña -la que absolutamente nadie lee, la que absolutamente nadie explica- de los manuales de historia, vinculado a la Institución Libre de Enseñanza. Y, no obstante, fue uno de los autores de la que conocemos como Edad de Plata -mil ochocientos noventa y ocho-mil novecientos treinta y seis- de nuestra cultura desde su puesto de Secretario permanente y motor de la Junta para la Ampliación de Estudios –JAE– (mil novecientos siete-mil novecientos treinta y seis). Un organismo que, bajo la presidencia de la ciudad de Santiago Ramón y Cajal, se planteó y logró acompasar, por una vez, la cultura de España con la del resto de Europa.

La JAE empleó, esencialmente, estos mecanismos: becas a licenciados y profesionales para ampliar estudios en el extranjero; Vivienda de Estudiantes en Madrid; creación de centros de investigación con personal bien preparado (Centro de Estudios Históricos -R. Menéndez Pidal–, Instituto Cajal de Histología, Laboratorio Fisiológico, Instituto de Física y Química…); y, por último, empuje a la educación y a la capacitación de maestros a través del Instituto Escuela. En la base de todo, la tarea perseverante y muda de Castillejo, gran organizador, negociador infatigable –no se adoptaban resoluciones hasta lograr la unanimidad de los órganos rectores–, y hombre sumamente parco.

Pero, como escribió su esposa, en Castillejo había más. «Creí haberme casado con un maestro de Universidad –era catedrático de Derecho Romano– y hete aquí un granjero y la granjera cosechando uva…» escribe Irene cuando, al llegar de Inglaterra al que va a ser su hogar, se halla con una casa de tarea, desarrollada y en parte construida por su marido, rodeada de una plantación de olivos y viñedos, completada con frutales, verduras y colmenas que su marido cultivaba ayudado por ciertos peones.

José Castillejo miembro de aquella generación vigorosa y optimista, extravertida cara la alegría de la vida, como la describía uno de sus componentes, el matemático Rey Pastor, fue el promotor de la idea de vivir en el entorno entonces sano y campesino de Chamartín de la Rosa. Otros amigos suyos (Menéndez Pidal, Dámaso Alonso, Ignacio Bolívar) le secundaron, si bien sin comprometerse, como , en el trabajo directo en las labores del campo. Desde allá bajaba en bici, o bien en tranvía, a la Universidad y a las sedes de la Junta en que trabajaba.

Juan Marichal aplicó a estos hombres de la JAE aquella oración que Churchill dedicó a los aviadores ingleses de 1940: Nunca tantos españoles debieron tanto a tan pocos compatriotas. Mas no hubo reconocimiento para sus anhelos. El Levantamiento del dieciocho de julio de mil novecientos treinta y seis sorprendió a Castillejo en Alemania y a su familia en Benidorm. Logró embarcar a su esposa y a sus hijos para Inglaterra mientras que se dirigía a la villa de Madrid para continuar con sus obligaciones. Apenas llegado a su casa un comando formado por ¡profesores conocidos¡ se presentó allá a prenderle. La intervención de sus vecinos que llamaron al Ministro de educación y la administración del Presidente del Comité para la Colaboración Intelectual de la Sociedad de Naciones, al que pertenecía, requiriendo su presencia en la ciudad de Londres lograron salvarle de fallecer a manos de aquellos republicanos exaltados.

Murió en el exilio en mil novecientos cuarenta y cinco. Ya antes, en mil novecientos treinta y siete, había publicado en la ciudad de Londres, en inglés, un pequeño gran libro: Guerra de ideas en España en el que describe el contexto filosófico y político en que se desarrolló su empeño y el de quienes con él trabajaron por prosperar la cultura de España. Solo en mil novecientos setenta y seis, tras la muerte de Franco, pudo publicarse, traducido, en España.

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