Después de un verano lleno de viajes mas ninguno los cuatro solos, ya antes de regresar a la rutina nos apetecía escaparnos y gozar de nuestra familia en confianza.
El destino escogido fue Estocolmo y aprovechamos para hacer uno de nuestros editoriales para el weblog de Bellerose en forma de pequeñas guías de urbes en inglés.
Fue una escapada muy fugaz, no nos quedaban muchos días de vacaciones, con lo que exprimimos al límite esas cuarenta y ocho horas y poco que tuvimos allá.
Os cuento cosas por si acaso os sirve para futuros viajes a la urbe, que dicho sea de paso, os aconsejo mucho:
El alojamiento
El hotel que elegimos, el Downtown Camper fue un acierto total. Lo hallamos tras bastante tiempo mirando por Internet y era precisamente lo que procurábamos. Para viajes cortos preferimos hotel a piso pues es considerablemente más cómodo tenerlo todo hecho, no tener que meditar en desayunos, etc. Martina y Lola son fanes de los hoteles además de esto (¿y qué pequeño no?) y se mueren de ilusión con los buffets de desayuno. Acostumbra a ser su parte preferida de cualquier viaje: el hotel. Y lo cierto es que este no era para menos.
Un hotel muy familiar, cuya temática viraba ambiente a las campings. La gente que trabajaba allá era joven y cautivadora, había zona para pequeños, podías coger skates o bien bicicletas para recorrerte la urbe, te montaban planes si deseabas y toda la deco era excelente.
Sin duda, muy aconsejable, lo gozamos mucho.
¿Qué haces cuando vas un par de días a una urbe y uno amanece lloviendo? Puesto que lo mismo que ibas a hacer si no lloviese. Al final todo es cuestión de actitud, y cuando los adultos lo vemos de forma positiva, los pequeños siempre y en todo momento nos prosiguen la corriente y hallan la parte buena y entretenida a cualquier imprevisible.
Anduvimos y recorrimos la urbe igual que si nos hubiese hecho un sol brillante, solo que con un cielo muy gris y algo más mojados.
Ellos siempre y en todo momento saben hallar el entretenimiento en cualquier sitio y haga el tiempo que haga.
Fuimos andando desde el hotel que se hallaba en el barrio de Norrmalm hasta la zona donde se hallan muchos de los museos más interesantes de la urbe en la isla de Djurgärden.
Hicimos en recorrido por Strömgatan, bordeando el mar y deleitándonos con todos y cada uno de los navíos que había atracados en el muelle a lo largo del camino. Callejeamos un tanto a veces para protegernos de la lluvia cuando caía más fuerte, y entre aguacero y aguacero, logramos llegar hasta el Museo Vasa.
Un indispensable si pasas por Estocolmo y no lo conoces, sencillamente pasmante.
El Vasa es el único barco del s. XVII que ha subsistido hasta nuestros días y que sostiene el noventa y ocho% de su estructura original, estatuas talladas incluídas. Una genuina joya que impresiona mucho cuando lo tienes delante. Las fotografías no le hacen justicia (yo de hecho ni hice) y no aguardas que vaya a impresionar tanto, mas entre el tamaño y la historia que oculta detrás, te deja prácticamente sin palabras.
Fue el lugar preferido de Lola de todo cuanto conocimos de Estocolmo.
Después del Museo Vasa y puesto que proseguía lloviendo, aprovechamos para ir a Junibacken y descubrir el cosmos de Pippi Langstrump y de su autora Astrid Lindgren. Un museo para pequeños, un cosmos creativo y lleno de vida que es pura inspiración.
Después de gozar de los dos museos, ya iba siendo hora de ir pensando en comer. Marta Vargas me había recomendado múltiples sitios de la urbe, mas hubo un par que muy singularmente me dijo: “no te los puedes perder”. Uno de ellos era Rosendals Trädgard y viendo en el mapa que estaba parcialmente cerca, emprendimos nuevamente el camino, bordeando el mar, mas esta vez por un camino de bosques y jardines hermoso.
Una lluvia leve nos acompañó a lo largo de prácticamente todo el recorrido mas el ahínco de llegar hasta allá mereció la pena.
Rosendals Tradgard son unos hermosos jardines, con granja ecológica, donde cultivaban sus verduras, plantas, flores y frutas que entonces usan en su restaurant. Todo consumo local, “del huerto al plato” jamás mejor dicho. Un café-restaurant construido en un invernadero, lleno de encanto, con horno de leña propio de donde salen su pan y su pastelería. Todo hecho por ellos allá de manera artesanal.
Reconozco que este lugar fue un capricho mío.
En los viajes en familia y con pequeños, es esencial que pensemos en ellos, mas eso no quiere decir que debamos ir solo a sitios «infantiles».
Rosendal me apetecía a mí mas asimismo pensé que podía ser un lugar interesante que enseñarle a ellas.
Supongo que hubiese sido más simple comer en el museo puesto que estábamos allá, mas ¿qué serían de los viajes sin ponerles un tanto de emoción y también ilusión por conocer sitios de los que te han hablado maravillas?
De no haber ido allá, no habríamos descubierto ese camino increíble entre bosques bordeando el mar, no habríamos visto esos ponys salvajes en la mitad de la nada, ni habríamos conocido un lugar como Rosendals, con sus invernaderos, el huerto, su pan con mantequilla exquisito o bien sus postres…
Cuando viajamos con pequeños tenemos una oportunidad única de mostrarles una forma de viajar en la que se valore el ahínco por descubrir sitios nuevos y diferentes y salirse en ocasiones de los habituales que te aconsejan las guías. Salir a descubrir lugares autóctonos y auténticos que, habitualmente, acarrean algo más de esmero llegar hasta ellos, mas que cuando lo haces, te percatas de que ha justo la pena.
Es esencial asimismo que tengan presente que cuando se viaja en familia o bien en conjunto, hay que satisfacer los gustos de cada uno de ellos y que aprendan a meditar en todos y no solo en lo que les apetece a ellos. “Hoy por ti, mañana por mí”. Ahora vamos al museo de pequeños a fin de que gocéis vosotras, ahora le toca a mamá/papá escoger el lugar al que les hace ilusión ir.
Después de comer, hicimos el camino al contrario para ir al hotel y reposar un rato que siempre y en todo momento viene bien para todos.
Por la tarde salimos a dar una vuelta por Gamla Stan que es el distrito más viejo de Estocolmo y deambulamos por sus callejuelas angostas llenas de las hermosas casas de colores que caracterizan a la urbe.
Muy cerca, en el distrito de Ostermalm, hay un café con mucho encanto, recomendación asimismo de la diseñadora gráfica Marta Vargas, es el Kavalleriet Café y es idóneo para hacer un alto en el camino. Ella vive en Estocolmo, con lo que sus recomendaciones sabía que serían para tenerlas muy en consideración.
En nuestro segundo día madrugamos más que el día precedente a fin de que nos cundiese mucho. Fuimos andando desde el hotel nuevamente cara el distrito de Gamla Stan, cruzando los puentes y gozando de la parte vieja de Estocolmo a plena luz del día y con buen tiempo, esta vez sí. El día precedente había sido un día oscurísimo y nos quedamos con ganas de ver esa una parte de la urbe con más luz y color. De allá pusimos rumbo directos a Skansen, que está asimismo en la isla de Djuergärden.
Skansen es el museo al aire libre más viejo del planeta, lleno de casas, fincas y animales que proceden de todo el país. Una forma hermosa de aproximarnos a la cultura y también historia de Suecia.
Fue otro de sus sitios preferidos, pasamos allá toda la mañana, es muy grande y nos apetecia verlo reposadamente y que se lo pasasen bien y disfrutaran sin prisas, es lo que os comentaba sobre el equilibrio en el momento de viajar con pequeños. Si están contentos y gozando, el viaje acostumbra a ir rodado, y eso es al fin y al cabo es lo que procuramos todos, gozar.
Skansen cuenta con construcciones antiquísimas, granjas, casas habituales, y personas efectuando tareas de otrora y mostrando de qué manera era la vida en Suecia durante múltiples siglos.
“En Skansen cada ambiente tiene su historia y forma un relato sobre quienes vivían y trabajaban allá, y nos acerca las costumbres y tradiciones al día y festivas.”
También pueden verse los animales que son autóctonos de la zona de Suecia y cuentan con un pequeño parque de atracciones viejo, muy chiquitin eso sí.
Desde su parte más alta hay unas vistas de Estocolmo realmente bonitas.
Comimos allá y después volvimos al hotel nuevamente para reposar un ratillo. No acostumbra a ser bastante tiempo, mas el suficiente a fin de que cada uno de ellos se tumbe un rato, duerma si desea, jueguen o bien lo que sea, mas reposadamente en la habitación. Es el instante de “recargar pilas para seguir”.
Por la tarde nos tocaba escoger a nosotros nuevamente, bueno más bien a mí. Tenía muchas ganas de ir a Fotografiska, el Museo de la Fotografía que está en la isla de Södermalm. Una amiga que es de allá me lo aconsejó mucho y con lo que me agradan a mí las fotografías, no podía parar de ir.
Decidimos ir andando que es como más nos agrada conocer las urbes, “pateándolas”, y puesto que tenemos la fortuna de que Martina y Lola andan lo que les echen, no podíamos desperdiciarlo.
Cruzamos nuevamente los puentes que unen Norrmalm con Gamla Stan, esta vez con una luz hermosa de tarde y fuimos paseando reposadamente por la parte vieja bordeando el mar hasta llegar a Södermalm. Si bien nos hubiese encantado poder una vuelta por el distrito, no nos daba tiempo a todo, con lo que fuimos directos a Fotografiska para gozar desde allá de un hermoso atardecer.
Dentro del museo gozamos mucho de la exposición de Linda & Mary McCartney, a las pequeñas y a mí nos encantó y nos reímos mucho con ciertas de sus fotografías de cuando Stella era pequeña.
Fotografiska está en un entorno hermoso, al filo del mar y con unas vistas de Estocolmo desde la planta superior, donde se halla el restaurant, fantásticas.
Un lugar idóneo para un brunch o bien cena indudablemente.
A veces lo mejor de las urbes es sencillamente pasearlas, y lo hicimos y mucho y quizás de ahí que Estocolmo nos dejó tan buen sabor de boca.
Volvimos al hotel andando para gozar del atardecer y cenamos en el hotel reposadamente, tenían un restaurant buenísimo “Campfire” y nos pareció la opción mejor para un día de no parar.
Al día después teníamos apenas unas horitas ya antes de coger el vuelo de vuelta a la capital de España, y Lola llevaba los un par de días deseando coger un monopatin para montar, con lo que ese fue nuestro único plan. Solicitamos un skate en el hotel y nos fuimos a dar una vuelta por el distrito de Norrmalm mientras que Lola montaba feliz. Bueno, Lola y el padre.
Estocolmo es una urbe increíble para ir con pequeños y eso que nos quedamos con ganas de ver un montón de sitios más, con lo que indudablemente deberemos regresar. Agradable, limpia, gente afable, todo muy cuidado, con muchos planes para pequeños y muy cómoda. Destino idóneo para ir en familia diria .
¡Volveremos!